Meditaciones para los Misterios del Rosario - Dictadas por Nuestra Señora en 1986
Misterios Gozosos
(Lunes y Sábados)
+ La Anunciación
Aquella noche, hace mucho tiempo, estaba sola, en oración profunda. Una gran luz entró a Mi pequeña habitación iluminándola más que cualquier lámpara. De esta luz salió un Ángel de Dios, emanando la bondad de su ser. Me sorprendí, pensando al principio que había venido a reprocharme, pero sus palabras me tranquilizaron. Me dijo que Yo había encontrado el favor de Dios. Su mensaje para Mí prosiguió, y Yo no pude decir nada más que “sí”, pues desde que tengo memoria fui obediente a Dios en todo. Me habló de Mi prima y después se fue, dejando Mi humilde habitación muy vacía y solitaria.
Yo le pido a toda la humanidad que con toda humildad sean obedientes a la Voluntad de Dios en sus vidas. ¡Alabado sea Dios!
+ La Visitación
Me fui rápidamente a la casa de Mi prima Isabel después de recibir el mensaje del Ángel. Aunque el viaje fue bastante arduo, Yo sabía en Mi Corazón que al verla recibiría la confirmación de todo lo que el Ángel me había dicho. De hecho, cuando llegué, ella me dijo que al irme acercando el bebé saltó de gozo en su vientre. Tan mayor era ella y aún así estaba embarazada. Yo no tenía duda de que ella había recibido un gran regalo de Dios. Facultada por el Espíritu Santo, hablé desde Mi Corazón, mencionando las generaciones que estaban por venir y del gran milagro que Dios estaba trayendo a la tierra a través del poder del Espíritu Santo.
Queridos hijos Míos, al rezar este misterio, les pediría que reflexionen en la grandeza de Dios que puede responder a todas las oraciones; pues es a través de Dios que todo es posible. Perfeccionen sus vidas de oración y vayan a Él con una fe esperanzadora. Él siempre responderá a Su manera y en Su tiempo. ¡Alabado sea Jesús!
+ La Natividad
Es imposible describir con palabras terrenales el gozo y el asombro de esa noche. Todas las cosas que llevaron a este gozoso acontecimiento causaron angustia. El viaje tan largo y penoso, la separación de nuestras familias y la falta de una morada apropiada a Nuestra llegada a Belén. Sin embargo, cuando Mis ojos contemplaron el semblante de Mi pequeño Hijo, tan recién llegado del Cielo, me olvidé de todas las aflicciones. Él era toda santidad. En Su presencia, Nuestro pobre entorno desapareció de la vista. Sentí la presencia del Cielo en la tierra. Él pudo haber elegido venir al mundo en el palacio de un rey, compartiendo todas las comodidades del mundo. Pero ésta no fue Su elección, porque Él no era de este mundo. Su reino estaba con Su Padre en el Cielo. Al crecer, Él nunca eligió el mundo ni sus placeres, sino que mantuvo Sus ojos siempre en el Reino de Su Padre.
Así es que Yo le pido a todos los que recen este misterio de Mi Rosario, que recen por este mismo espíritu de desapego. Esta gracia es en verdad vital para la salvación. Los que adoran las cosas de este pobre mundo, no pueden decir verdaderamente que Mi Hijo es lo primero en sus vidas. En Su omnisciencia, Él conoce los corazones de todos los hombres, y no recibirá en Su Reino a quienes lo coloquen en el último lugar en sus corazones. ¡Alabado sea Jesús!
+ La Presentación
Cuando recuerdo este misterio, la Presentación de Mi Niño en el templo, tengo emociones mezcladas. Recuerdo los muchos días de oración y sacrificio que nos prepararon para esto. José y Yo queríamos que Nuestro Hijo fuera bendecido de una manera más especial. Entonces, salimos para poder llegar al templo cuando Él tuviera la edad adecuada, según la costumbre Judía. Llevamos con Nosotros la ofrenda sencilla de unos pichones. Él fue bendecido al ser presentado al sacerdote. Varias veces mientras estábamos en los escalones del templo santo, un hombre de edad se acercó a Nosotros, su nombre era Simeón. En un determinado momento, pidió cargar a Mi Amado Hijo, y al hacerlo habló muy proféticamente.
Agradeció a Dios por conservarlo para ese momento, después me dijo que Mi alma también sería traspasada por una espada. En verdad, Yo supe inmediatamente de lo que hablaba, ya que Mi cruz por el resto de Mi vida fue el conocimiento del futuro de Jesús. Yo sabía que Él sufriría una muerte tormentosa, misma que Yo presenciaría. Sabía que Su hora más oscura sería iluminada por Su Resurrección. Me entristecí y a la vez me tranquilicé sabiendo que Él, a quien cargaba en Mis Brazos, redimiría a la humanidad. Guardé todas estas cosas en Mi Corazón, meditándolas mientras cuidaba a Mi Divino Hijo. José y Yo salimos para la casa, reflexionando silenciosamente los acontecimientos del día. Más tarde, José me habló con dulzura de lo que Simeón había dicho, esperando calmar Mis temores. Pero Yo, con la sabiduría que Dios me había dado, sabía que llegaría el día cuando de verdad sufriría tanto como Mi Hijo. Esta fue la cruz que debí cargar por 33 años.
+ El Encuentro del Niño Jesús en el Templo
Cuando Jesús tenía 12 años de edad, José y Yo lo llevamos a Jerusalén para la celebración de una festividad religiosa. No íbamos solos, sino que viajábamos con un gran número de familiares y amigos. Fue en el regreso a casa cuando comencé a buscar a Mi Amado Hijo entre el grupo con el que estábamos viajando. Al principio estaba segura de que lo encontraría escondido durmiendo en un rincón o hablando de Dios Padre con sus primos y amigos. Al pasar las horas, me perturbaba más y más. José decidió que debíamos regresar de inmediato a Jerusalén temiendo que se hubiera quedado atrás.
Ahora había que viajar muchos días para regresar. El calor era abrumador e hizo más grande Nuestra pena. Al acercarnos nuevamente a Jerusalén, José sugirió que buscáramos primero en el templo, ya que era el lugar que más le agradaba a Mi Hijo.
Ya era tarde ese día. Las sombras caían. A medida que subimos los enormes escalones de piedra del templo santo, Yo sentí una gran sensación de paz. Incluso desde los escalones superiores pudimos oír el eco de Su voz a través de los grandes aposentos de piedra. José lo encontró parado en medio de varios sabios hablando a profundidad sobre los escritos de un antiguo profeta. Mi Corazón estaba rebosante de gozo cuando Él puso Su joven Mano nuevamente en la Mía.
Le contamos de la gran preocupación que nos había causado, sin demorar el largo viaje de regreso. Él preguntó si no sabíamos que Él tenía que estar en las cosas de Su Padre. En los años por venir, le di vueltas y vueltas a esto en Mi Corazón. Sí, Él estaba en las cosas de Su Padre, pero todavía no era el tiempo. Él, en Su grande e irresistible amor a Dios, no podía esperar para compartir Su infinito conocimiento con los demás. Fue un acto de amor lo que sucedió aquel día, no un acto de desobediencia.
Jesús regresó con José y Conmigo a Nuestra humilde casa. Nunca fue desobediente con Nosotros, sino humilde en todas las cosas. Creció hasta la madurez bajo Nuestros atentos ojos.
Misterios Dolorosos
(Martes y Viernes)
+ La Agonía en el Huerto
Cuando
estuve en la tierra, Yo no presencié la agonía de Mi Amado Hijo en el
Huerto, y no vi Su gran agonía al pensar en Su muerte próxima. Como Su
Madre, sin embargo, sentí dentro de Mi propia alma una tristeza
constante que consumía todo Mi ser. Yo sabía que Él pensaba en las
injusticias que le acontecieron a menudo durante los últimos meses de Su
vida.
Ahora
en el Cielo, Yo poseo todo conocimiento, y te puedo contar los
acontecimientos tal como ocurrieron. Mi Hijo, consciente de la muerte
violenta que iba a sufrir por toda la humanidad, llevó a sus once
apóstoles a un huerto cercano con el propósito de rezar. Ahora Judas no
estaba presente porque ya estaba en su sucio trabajo. Los apóstoles
estaban muy fatigados, y se durmieron, pero Mi Amado Hijo, en cuanto
quedó envuelto en oración, no percibió nada de lo que pasaba a Su
alrededor. Él vio cada golpe de la flagelación. Sintió el peso del
Madero en Sus Hombros. Él tuvo conocimiento de cada músculo y nervio
que sería cortado por los clavos. Vio el pecado de la humanidad, no
sólo de ése tiempo, sino también del futuro. Él vio las atrocidades de
la guerra y el terrorismo, la degradación del cuerpo humano, el odio que
el hombre tendría en su corazón por sus hermanos. Por último, vio la
multitud de almas tibias que lo conocerían en algún momento de sus
vidas, pero que eligieron, y continúan eligiendo, al mundo en vez de
elegirlo a Él. En este momento se dirigió al Padre, y le pidió que
apartara de Él el cáliz del sufrimiento. Pero finalmente, con una
profunda resignación a la Voluntad del Padre, dijo: “Que no se haga Mi
voluntad, sino la Tuya.” Yo te digo, nadie en la tierra ha sufrido, ni
sufrirá, la angustia mental que Mi Hijo sufrió en el Huerto de
Getsemaní.
+ La Flagelación en el Pilar
Yo
fui testigo de esto. Mi Amado Hijo fue conducido al patio por los
soldados. Su trato hacia Él fue particularmente rudo. Encadenaron Sus
Muñecas en lo alto de una columna para que Su Carne se tensara y así se
lacerara más fácilmente. Fue despojado de Sus vestiduras. Los látigos
que usaron no eran látigos comunes. Fueron diseñados para desgarrar y
arrancar la carne de su víctima. Se paró un soldado de cada lado de
Jesús, y se turnaron para atacar Su Sagrada Carne. En total, Él sufrió
más de 5,000 heridas. Cuando todo terminó, lo dejaron parado en un
charco de Sangre. Por decencia, Él se cubrió nuevamente, y se lo
llevaron, dejando atrás huellas ensangrentadas. Para entonces, Su
Cabeza palpitaba por la deshidratación. Cuánto anhelaba reconfortarlo.
Yo estaba tan desconsolada al verlo. Los soldados, conociendo bien su
oficio, pararon justo antes de que Él cayera inconsciente. Así que
ahora, en Su Divinidad, Él sabía bien cada dolor que todavía le
esperaba.
Quisiera pedirte que lo consueles con oración y penitencia. Gracias.
+ La Coronación de Espinas
Los
soldados no estaban satisfechos con la brutal flagelación que le
impusieron a Mi Amado Hijo. Ahora ellos cubrieron Su Cuerpo con una
vestimenta como de rey, todo lo hicieron con un gesto de burla. No
sabían que tenían frente a ellos al Rey de Reyes. Formaron para Él una
corona con espinas que crecían cerca de ahí. Esas espinas eran mucho
más largas de lo que te imaginas. Le pusieron Su corona sobre Su
Sagrada Cabeza, y procedieron a hacer reverencias frente a Él,
burlándose de Su realeza. Golpearon la corona de espinas con largas
varas, encajando a la fuerza estos instrumentos de tortura en Su sagrada
Cabeza. Esto hizo que la Preciosa Sangre fluyera por Su Rostro
entrando a Sus Ojos, y con ello se bloqueó Su vista. Pero Él los
amaba. Sí, Él amaba profundamente aun a éstos que lo atormentaron. Con
gran humildad, Él lo soportó todo. Con un solo suspiro pudo haber
llamado a Su auxilio a todas las Legiones de Ángeles, pero Él eligió
sufrir con humildad por toda la humanidad.
+ Jesús Carga Su Cruz
Mi
Amado Hijo, en Su estado debilitado, con Su Carne desgarrada y
desprendida de los Huesos, recibe ahora el Madero de la Cruz para que lo
cargue sobre Sus Hombros. Todo Su Ser temblaba por la debilidad. Su
vista ahora estaba empañada por el incesante flujo de sangre causado por
la corona de espinas. Después me dijo que al llevar el peso de la
Cruz, continuamente veía pasar frente a Él a millones de almas tibias
para quienes Su sacrificio significaría muy poco.
Pero
fue apremiado tanto por los soldados como por Su eterno amor por toda
la humanidad. Hubo caídas agonizantes, hasta que alguien más fue
obligado a ayudarlo. Cuando me encontré con Él, apenas podía mirarlo a
los Ojos, no quería que viera Mi gran aflicción, aunque Él la sintió,
estoy segura. Su mirada era de resignación y, al mismo tiempo, de
compasión por Mí. Él cayó muchas veces en este camino de expiación por
los pecadores, cada caída lo dejaba más y más debilitado. Finalmente
llegó a Su destino. Ahí, Él se sentó, y con gran angustia ofreció una
oración al Padre. En todo lo que sufrió, mostró gran paciencia.
+ La Crucifixión
Pusieron
una especie de arnés sobre Mi Hijo para que pudiera ser conducido como
un animal. Este cinto agravó las Heridas que sufrió durante la
flagelación. Le dieron el gran Madero para que lo cargara sobre Sus
Hombros desgarrados, y con mucha repugnancia y desprecio fue conducido
hacia el Gólgota.
Una
vez ahí, lo desataron y le permitieron sentarse en una piedra mientras
le preparaban la Cruz. Ahora estaba retorciendo Sus Manos y mirando
hacia el Cielo como si necesitara ayuda desesperadamente. En
determinado momento lo pusieron sobre la Cruz que aún estaba en el piso,
como para ajustarla a Su Sagrado Cuerpo. Los agujeros para los clavos
fueron entonces perforados en la madera. Al terminar, lo llamaron de
nuevo para que se colocara sobre la Cruz y traspasar Su Sagrada Carne
con los clavos.
Ahora
Él sentía los golpes de los mazos antes de que incluso fueran
asestados, y mucho después. Se hizo algún ajuste con dos de Sus
Extremidades que no alcanzaron los agujeros preparados para los clavos.
Él también sufrió como si fuera una tortura cuando Su Brazo y Pierna
fueron dislocados de Sus coyunturas.
La
Cruz ya estaba erguida. No era muy alta, Yo podía tocar Sus Pies.
Pero no me atrevía ni a poner un dedo en Su Carne torturada. Mientras
colgaba en agonía, los soldados ignorantes echaron a suerte Su pobre
pieza de ropa. Estaban tan indiferentes e inconscientes de lo que
hacían.
Entonces
el cielo se oscureció. Muchos mirones comenzaron a retirarse. Mi Hijo
habló poco, pero cada palabra era de gran importancia. Se dirigió a
san Juan y a Mí. Cuando me habló, Yo sabía que no sólo era a Juan a
quien daba una madre, sino a toda la humanidad. Esto lo acepté con
mucho gusto.
Hacia
la última hora de Su vida, poco podía moverse, respirar, y Su voz era
demasiado ronca, aunque aún bastante clara para entenderse. Cuando tomó
los pecados de la humanidad, se sintió abandonado por el Padre. Por
último, entregó Su Espíritu. En ese momento la tierra comenzó a temblar
y a moverse, como si gimiera por su pérdida. No obstante, esperé a que
viniera un extranjero a reclamar Su Cuerpo para el entierro. Cuando
desprendieron Su figura flácida de la Cruz y lo bajaron a Mis Brazos,
lloré de dolor. No pude abrazarlo tanto como quería por lo tarde de la
hora. Me lo quitaron.
Misterios Gloriosos
(Miércoles y Domingos)
+ La Resurrección de Nuestro Señor
En
lo profundo de Mi alma sentí que Mi Hijo resucitaría de la muerte. Sin
embargo, en aquel primer domingo de Pascua, Yo todavía estaba inmersa
en el sufrimiento del Viernes Santo, y Mi Corazón anhelaba Su
presencia. Nos encaminamos hacia el sepulcro temprano al salir el sol.
Algunas personas llevaban aceites, esperando preservar mejor Su Cuerpo,
porque había sido preparado para el entierro con gran premura el
viernes anterior. Mis acompañantes se adelantaron cuando pasamos por el
Gólgota. Yo me detuve brevemente en el sitio marcado por la Cruz de
donde se lo habían llevado. Había un agujero vacío que señalaba el
lugar donde antes estuvo, nada más.
Mi
Corazón ardía dentro de Mí; anhelaba tanto verlo. Estaba en profunda
oración cuando una mano me alcanzó. Era Su Mano, herida por Sus
enemigos. Su Rostro mostraba una brillantez celestial. Sonrió cuando
Mis lágrimas llenaron Sus Heridas. Él dijo: “La Victoria es Nuestra”.
No se quedó más que unos momentos más. Yo comprendí que Él todavía
tenía una misión que cumplir. Desapareció tan rápido como vino. Mi
Corazón se alegraba a medida que avanzaba en Mi camino hacia a el
sepulcro, lleno de la alegría de la Resurrección. Toda la alabanza al
Dios Vivo y Verdadero. Toda la alabanza a Jesucristo. ¡Aleluya!
+ La Ascensión al Cielo
La
Ascensión se llevó a cabo de una manera tranquila, como son todos los
milagros de Dios. No hubo gran fanfarria ni despedidas con lágrimas.
Estábamos caminando hacia el pueblo de Betania. Cristo se detuvo y
volteó hacia nosotros. Su Cuerpo se veía radiante como el sol. Sus
Llagas destellaban con la gloria de Dios. Levantó Su Mano en una última
bendición, y nos miró con mucho amor. Lentamente se alejó de la
tierra. Mientras ascendía al Padre, una nube se juntó bajo Sus Pies.
Parecía luminiscente. Podíamos ver Sus Manos extendidas que parecían
abrazar a toda la tierra conforme el Cielo se abría para Él. El Padre,
Yo lo sé, lo recibió con una alegría victoriosa. Nosotros, que nos
quedamos atrás, no sentimos tristeza en ese momento, sino gozo y paz de
corazón. De pronto estuvimos ante la presencia de dos Seres
Celestiales. Nos animaron a que siguiéramos nuestro camino, y lo
hicimos.
+ La Venida del Espíritu Santo
Estábamos
todos reunidos en una habitación grande; los apóstoles, los amigos de
Jesús y Yo. Muchos estaban asustados, temiendo que les esperara el
mismo destino que Jesús experimentó. Había muchos corazones confundidos
y corazones que simplemente extrañaban Su presencia física.
Estábamos
en oración cuando el aire comenzó a agitarse en la habitación, aunque
afuera permanecía bastante tranquilo. Este soplo de aire se convirtió
en una brisa suave, y comenzó a moverse en medio del grupo ahí reunido.
Algunos a los que Él tocó, cayeron como dormidos. Cuando este Soplo
del Espíritu alcanzó a todos los apóstoles, lenguas de fuego aparecieron
sobre sus cabezas, y después cayeron al piso como si estuvieran
muertos. Yo misma me dormí en el Espíritu por algún tiempo, y en Mi
descanso vi a Mi Amado Hijo sonriéndome, sentado en Su trono a la
derecha del Padre. Mi alma estaba tan llena de amor por Él que no podía
moverme.
Cuando
todos comenzamos a volver en sí, nos dimos cuenta de que éste era el
don que Mi Hijo había prometido enviarnos: el Santo Paráclito, Mi
Divino Esposo. Los que habían estado sufriendo por Su ausencia se
levantaron llenos de gozo. Se desvaneció toda confusión ante la
presencia de la sabiduría y el conocimiento, porque las verdades que
ahora se revelaban estaban ocultas hasta entonces. El Espíritu ahora
animaba los corazones de los apóstoles, disipando su miedo. Ellos
irrumpieron en las calles proclamando la Buena Nueva. Cuando hablaban,
todos entendían el mensaje sin importar su lengua nativa. Así fue el
comienzo de la Novia de Cristo, la Iglesia Universal. ¡Toda la alabanza
a Jesucristo!
+ La Asunción de María al Cielo
Ahora,
mientras estaba a la mesa con muchos de los amigos de Jesús, sentí como
frecuentemente lo hacía, un gran anhelo de estar con Él. Esta vez el
sentimiento era más fuerte que nunca. No podía oír ni hablar, pues Mi
alma añoraba Su Divina Presencia. Finalmente, sentí que me llegó una
gran paz, y me dormí en el Espíritu, esta vez para no despertar jamás.
Mi alma ascendió rápidamente a Su Reino Celestial, y una vez más, pude
gozar de la luz de Su Presencia.
Ahora
Mi querido Hijo no iba a permitir que Mi cuerpo inmaculado sufriera los
estragos de la tumba. Convocó a Su lado al arcángel Gabriel y a Mi
amado ángel guardián, y les indicó que recogieran Mis restos corporales y
que los escoltaran al Cielo. Tanto gozo, tanto júbilo experimenté en
Mi alma cuando vi los restos de Mi cuerpo siendo llevados al Cielo en
las alas de los Ángeles. En la Puerta del Cielo, San José y Jesús
tomaron el lugar de los Ángeles, y llevaron este Santuario Virginal a
través de las puertas del Paraíso. Ahí, en medio de la alabanza de
todos, Mi alma y cuerpo una vez más se hicieron uno.
Qué
gracia, qué sublime regalo me dio Él. Ahora Yo me aparezco en cuerpo y
alma por toda la tierra, llevando mensajes de reconciliación y paz,
mensajes que Mi Hijo pone en Mis labios para toda la humanidad. Toda la
alabanza al Altísimo.
+ La Coronación de María Como Reina del Cielo y la Tierra
Puesto
que Dios Padre concibió Mi Inmaculada Concepción en Su gran majestad,
Yo recibí abundantes gracias. Fui Su Hija obediente, encontrando
repulsivo cualquier mal. Fui una morada Inmaculada y una Madre amorosa
para Cristo, el Hijo. El Espíritu Santo encontró en Mí una Esposa muy
dispuesta, lista para aceptar los designios de Dios para Mí.
Así
que, tras Mi Asunción al Cielo, Dios, en Su gran bondad, eligió
coronarme como Reina del Cielo y la tierra. Soy la Mediadora de toda Su
Gracia. Soy Corredentora de la humanidad. Llevo todo a Mi Amadísimo
Hijo para que puedan tener parte en Su Reino. Nadie que venga a Mí con
sincero corazón será dejado insatisfecho. ¡Toda la alabanza a
Jesucristo!